Días sin hambre

 


Laure, la protagonista principal, tiene 19 años, pesa 35 kilos, y mide 1,75 cm; ha llegado el momento de aceptar la ayuda del doctor Brunel. Decide ingresar al hospital porque el frío ha invadido su cuerpo, un frío tan intenso que le anuncia el final.

Establece una intensa relación de amor-dependencia con su médico, se aferra a la dulzura de sus ojos, a sus palabras, sus visitas y lucha consigo misma por él, para que esté contento, para que se alegre de sus progresos, porque en el fondo sabe… que le deberá la vida.

Tiene que aprender a comer, a disfrutar comiendo, a no sentir asco de los pequeños acúmulos de carne que van tapizando sus huesos. Pero no basta con comer. Le colocan una sonda enteral que le proporcionará calorías toda la noche y cuatro horas durante el día. Sin ese apoyo es imposible revertir los daños que la enfermedad ha dejado en ella.

La autora nos expresa todo el dolor, la decepción y la rabia que lleva a una persona intentar controlar el entorno que nos rodea y al no poder hacerlo decide al menos controlar lo que sí puede.

Desde su niñez ha enfrentado circunstancias extraordinarias: una madre cuya enfermedad mental no la ha dejado ser madre, un padre con tanta necesidad de afecto que se ha olvidado de brindar el suyo y sumado a ello, la culpa que siente al dejar a su hermana a merced de sus dos progenitores.

Delphine nos narra esta autobiografía en un estilo sobrio y cuidado, con frases cortas y contundentes y de una manera real y descarnada.

En síntesis, la historia ofrece una visión muy personal y emotiva de la lucha contra la anorexia.

 

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